lunes, 14 de junio de 2010

Viaje con transformación del viajero

Hola: Pueden colgar en esta entrada los textos sobre la consigna enunciada en el título.

8 comentarios:

  1. ¿Era Dios?
    Los rayos del sol eran demasiado intensos y su reflejo penetraba en el vidrio de la ventanilla sin pedir permiso. Afortunadamente ibas sentado, eso era un verdadero lujo y más en un colectivo que suele ir repleto de personas y ni pensar en horas pico. Las paradas momentáneas, generaban un constante recambio de gente que bajaba y subía emprendiendo un nuevo rumbo. El viaje se tornaba un tanto largo y aburrido. Sin embargo, en algún momento tu mirada se focalizó en aquel hombre dormido a tu lado, quien portaba en su mano un trozo de papel algo arrugado pero con un escrito bastante legible y llamativo. No supiste el motivo por el cual la curiosidad te ganó de mano y aun así, decidiste echarle un vistazo.
    Hiciste un rápido paneo general, con el objetivo de que ninguno de los demás pasajeros notara que estabas mirando algo ajeno, pero cuanto más te esforzabas por leer menos disimulado podías ser. Solo unas palabras podías extraer de ese fragmento. Sin dudarlo, sacaste tu teléfono celular y anotaste todo. Minutos más tarde, el humo proveniente del caño de escape del autobús acompañado del ruido de un acelerador te dejaba en plena soledad y peor aún, en una calle desierta sin nombre. Metiste la mano en el bolsillo de tu saco y miraste tu teléfono, lo anotado figuraba tal cual lo habías agendado. Qué siniestro te parecía ese callejón, que a su final dejaba vislumbrar una especie de torre, cuya altura era imposible de percibir. Te fuiste acercando y cuando te detuviste en el umbral, comenzaste a sentir una especie de fuerza que te empujaba hacia arriba. La situación era semejante a estar en un ascensor, pero en este caso invisible e increíble.
    Por fin te detuviste. Estabas en un despacho, donde percibías cientos de papeles y millones de fotos 4x4 en las paredes, te aproximaste para ver de qué se trataba y te diste cuenta de que eran personas, como vos. Unos anteojos muy grandes con un color indefinido descansaban sobre el escritorio, eran tan raros que quisiste probártelos, y cuando lo hiciste, no podías creer lo que tus ojos observaban. Era el mundo, nada más ni nada menos, era toda la humanidad simplemente viviendo. Un escalofrío recorrió todo tu cuerpo y decidiste sacártelos de inmediato. Te diste vuelta para buscar una salida y chocaste con una pila altísima de pequeñas cajitas cerradas con cintas de distintos colores, intestaste abrir una pero fue inútil. Era como si no te perteneciera ni estuvieras autorizado a abrirla. Te preguntaste si se debía a que cada una de ellas llevaba escrito un nombre y un apellido distinto seguido de una fecha. Para tu sorpresa, la respuesta llegó cuando menos te lo imaginabas. En tus oídos, una voz te susurró que ellas contenían algo único, no material y extraordinario para cada ser humano, y que cada una sería abierta por su destinatario una vez haya cumplido su misión en la tierra.
    -Permiso, por favor, dijo el hombre sentado al lado tuyo.
    -Debo bajarme, llego muy tarde y me he quedado dormido, hijo mío.
    Te corriste para darle paso y observaste cómo ese señor se encaminaba rápidamente hacia ese callejón en el que tú habías estado un instante antes. Pero, ¿habías estado tu realmente allí? No tenías una seria respuesta, entonces recordaste el fragmento de aquel caballero, sacaste tu celular y miraste lo anotado, la vida es aquello que pasa mientras te empeñas en otros planes.
    De eso se trataba, de relajarse y dejarse guiar por un vía llena de sensaciones y cosas por descubrir, de vivir lentamente, segundo a segundo, de valorar y extraer el sentido de cada situación que se fuera a presentar, para luego más tarde o cuando realmente fuera oportuno, poder abrir tu tan merecida caja.
    -Avenida Cazon, gritó el chofer.
    Era hora de bajarte y continuar viaje, esta vez el de tu propia vida.

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  2. Consigna: Describir el lugar o persona del último trabajo en sus más mínimas partes, extrañando el lenguaje.

    Real Odisea

    Ese trozo de papel, que parecía arrancado de un viejo pergamino por sus bordes amarillentos, era sostenido por un hombre dormido, cuya respiración sonaba a placer y real descanso. Te encontrabas sentado a su lado, en un asiento de cuero negro curtido similar, no podías con tu genio y aun así, decidiste memorizar velozmente el contenido de aquel breve y legible pliego.
    Minutos o segundos más tarde, quedabas solo y una ola de frío recorría tu espalda en forma de zigzag una y otra vez. El sonido abrumador y tedioso, proveniente del caño de escape y el acelerador de aquel popular y hacinado transporte público, se convertía en un eco cada vez más lejano. Al girar en una dirección vislumbrabas un camino que había quedado reducido a sendero, ahogado de hierbas y musgo, donde la abundancia de las ramas bajas provenientes de esos antiguos árboles, estorbaban tu paso entrelazándose unas hacia otras en un extraño abrazo.
    Una torre, cuya cúspide no tenía fin se descubría al final del trayecto. De repente, una energía se apoderaba de tu joven y liviano cuerpo y comenzaba a levitarte por el aire, un aire que rozaba tu cara e intentaba tranquilizar esas sensaciones de extrañeza despiertas dentro tuyo, tras esa situación que parecía no tener un motivo lógico.
    Segundos después, acaparaba tu atención un gran despacho que se imponía ante tus desgastados borceguíes. Ni tu preciada vista, ni tu desesperado tacto alcanzaban para percibir lo que esa escena regalaba. Poco a poco comenzabas a entrar en razón, como un niño cuando logra comprender aquello considerado imposible por su conocimiento prematuro.
    Millones de fotos 4x4 descansaban en esas paredes blancas, como la leche tibia que alguna vez tomabas cuando el sueño era imposible de conciliar. Parecían extraídas de documentos nacionales de identidad, pero detenerse aunque sea en una de ellas se tornaba un duro trabajo para la visión. Luego, decidías focalizar en esos anteojos de color indefinido que reposaban sobre el viejo escritorio de roble crujiente. Al probarlos percibías una maqueta enorme de nada más ni nada menos que la humanidad entera llevando a cabo su propia vida. Tanto era el impacto de sobresalto y temor que te generaba, que sin pensarlo dos veces, te los quitabas apresuradamente y buscabas una escapatoria que te hiciera retornar a tu cálido y adorable hogar. Sin embargo, al intentarlo, tropezabas con pilas y pilas de cajitas de madera, cerradas con cintas de los colores del arco iris y ese deseo de huir despavoridamente, cual rata al ver un felino, se volvía un tanto inalcanzable. El intento de abrir una de ellas fue inútil. No entendías el porqué de todo aquello, cuál era tu objetivo y qué hacías ahí.

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  3. De repente, una suave y atrapante voz susurró en tus oídos aquello que querías oír, el contenido de esas misteriosas y llamativas cajitas trataba sobre algo extraordinario y único para cada ser humano, un tipo de regalo que solo sería abierto una vez que su dueño cumpliera su misión en el planeta Tierra.
    Tu compañero de asiento te pedía permiso para pasar, debía bajarse. Le diste paso y observabas cómo descendía del aglomerado y caluroso transporte, adentrándose en ese clandestino y recóndito sendero que momentos antes te habías encontrado, cual prófugo sin escapatoria. Aún recordabas el contenido de ese desteñido pliego: la vida es aquello que sucede mientras te empeñas en hacer otros planes.
    Estabas pensando en todo aquello, deliberabas con tu propia mente si lo experimentado formaba parte de la realidad o de la ficción. El autobús doblaba por la conocida avenida donde tu viaje finalizaba, tomaste tu holgado saco, tu pesado bolso y te dispusiste a despreocuparte de lo que vendría. Si tendrías que cumplir una misión para abrir tu incógnita caja, la descubrirías a tiempo. Mientras tanto, te levantabas la bufanda de lana que tu apreciada nona había tejido con tanto esmero y dedicación y te adentrabas hacia una solitaria y silenciosa calle cubierta por una alfombra de hojas secas en colores tierra que daban por entendido la llegada del apenado otoño.

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  4. La oveja negra

    Contó cinco, seis, siete ansiolíticos en su mano trémula y luego los introdujo en su boca. Con eso sería suficiente, pensó el carismático general y permaneció inmóvil, absorto en sus pensamientos, durante un largo tiempo. Las píldoras mágicas cumplieron al pie de la letra con su propósito. El estruendo de gritos, escopetas y lágrimas comenzó a hacerse protagonista en ese escenario donde reinaban caos y bullicio. El hombre continuaba cuasipetrificado, observando la imagen desde el más allá, ajeno a tanta desdicha e infortunio. En el campo de batalla las balas emanaban de todos lados, dispuestas a acabar con la vida del más honrado, y las detonaciones se repetían sin cesar.
    El general Sende, hombre de principios arraigados, se sentía como un pez en el agua en aquel mundo dinámico de pólvora onírica, una atmósfera bélica que emanaba tranquilidad y confianza. Todo parecía conducir hacia una victoria inevitable en aquella mañana otoñal de 1982. Los reclutas, que abrían fuego contra sus enemigos, lloraban la muerte de sus colegas y arremetían aún con más tenacidad contra los detestables britanos. El pelotón del general era uno de los más feroces de la armada militar. Detestados por sus enemigos, el grupo se divertía aniquilando soldaditos como si fuera juego de niños.
    ¿Posee semejante hombre de leales convicciones, valiente hasta el extremo y tan firme como una roca, alguna debilidad? La respuesta es sí. El hombre que he detallado tenía un único tesoro preciado. El pequeño Sende, así lo llamaban en su pueblo de origen, era la réplica exacta de su hermano. Idénticos desde lo físico y opuestos en cuanto a personalidad, ambos habían decidido enlistarse juntos en la guerra, aunque el general dudaba de las verdaderas intenciones por las que su compinche emprendió el viaje. Como dos almas en una sola, el matrimonio silencioso entre ambos hermanos se había fortalecido con el tiempo. De descendencia militar, los hijos continuaron la empresa de su padre y eligieron disputarles a los súbditos de Margaret el dominio de una pequeña porción de tierra al sur del país.
    Me limitaré sin más preámbulos a narrar las circunstancias que me acontecen y que desembocaron en el desenlace del conflicto, cuando sin que nadie lo advirtiera, en una noche fría y lluviosa, lo blanco fue negro y lo negro fue blanco.
    Júbilo y regocijo predominaban en grandes cantidades aquel día en cada tienda del pelotón. Los enemigos, diezmados y débiles, no alcanzaban ni un tercio de sus integrantes iniciales. Unos se embriagaban y, entre gritos y bullicio, recreaban los acontecimientos del día. Otros preferían celebrar la hazaña compartiéndola con sus seres queridos, a la distancia. Lo importante es que la dicha – emoción traicionera si las hay – había tocado las puertas de cada uno, había accedido sin pedir permiso y parecía no querer irse más. Todos se hallaban llenos de una vitalidad renovada, menos un hombre.
    Más débil y flojo que lo habitual, el menor de los Sende se escondía en una esquina, con la mirada clavada en el suelo. Gruesas gotas de sudor recorrían su rostro y sus ojos parecían sin vida, inexpresivos – tal vez esa mirada vacía se encontraba llena de remordimiento –. Sin cruzar palabra alguna, cogió su cajetilla de cigarrillos y desapareció del lugar con la velocidad de un rayo. Horas más tarde, la mayor parte de los reclutas se hallaban borrachos de alcohol y de felicidad. En una mesa redonda, el general, también ebrio, repartía los naipes y entre copas y bastos se fue apagando la noche.

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  5. Con los primeros rayos del sol, bien temprano a la madrugada, la situación se tiñó de pánico y profundo terror. Cada uno de los patriotas argentinos comprendió en ese momento que toda su existencia podía concluir en un santiamén, que no había nada asegurado en la vida. La vasta pared blanca de un galpón que servía para guardar armamento era todo lo que podían ver. De rodillas y uno al lado de otro, formaban una fila de cuerpos por acribillar y el general inauguraría la ceremonia. Los ingleses habían ganado, todo había terminado y nadie entendía cómo. La situación era desesperante: los britanos, armados hasta los dientes, auguraban el fin del conflicto bélico y los hombres vencidos, cabizbajos, se rendían humillados ante ellos. El estupor brotó de repente de la cara del mayor cuando giró la cabeza para mirar por única vez a sus homicidas antes de pasar al otro mundo. Al cabo de un segundo logró comprenderlo. Pasó de la humillación al asombro total y a la reflexión, en ese orden. Aunque casi imposible, detrás de los líderes enemigos que daban órdenes a sus inferiores para iniciar el genocidio asomaba la cabecita del pequeño Sende, un cobarde que había tomado una decisión para la cual se requería mucha valentía.
    En ese preciso momento un estremecimiento lo sacudió de pies a cabeza, una convulsión que arrancó sus delirios de raíz. Su cuerpo se hallaba tendido en el suelo de aquella antigua habitación abarrotada de medallas y reliquias militares, su frente estaba poblada de perlas de sudor; debía de estar volando de fiebre. Era incapaz de asimilar lo que había sucedido, no tenía ninguna lógica y, sin embargo, parecía demasiado real. Se incorporó lentamente y al traspasar la sala, observó con detenimiento la fotografía de su padre uniformado con sus dos retoños a su lado. Prestó especial interés a la figura de su hermano menor. Cerró los postigos de la ventana y se dirigió esa madrugada de fines de marzo de 1982 al cuarto de baño, sabiendo que sólo le quedaban dos días para afrontar un destino que ya estaba escrito.

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  6. Inmensidad como principio. Yo aquí sentado. En un claro que pierde en la inmensidad de este gigante. Mi guarida tiene una superficie de no más de 6 metros cuadrados. Los árboles abundan a mí alrededor. De troncos fuertes, robustos, pesados, altos, muy altos. Sus copas parecen acariciar el cielo con sus largas ramas llenas de finas hojas que se bifurcan hacia ambos lados del brazo del gigante. El roció de la mañana aun se resiste a desaparecer intensificando los colores. Marrón intenso para los troncos, Verdes en todos sus matices para las hojas. Entre ellos, los árboles parecen abrazarse. Sus copas se entrecruzan, se rozan, se tocan, se abrazan formando un techo natural que condiciona la luz del lugar, cegándolo en una tenue oscuridad que acompaña con cierta timidez el silencio y la calma. Pero el techo tiene orificios, pequeñas aberturas por donde el sol se abre camino, y se nos acerca en forma de haces de luz de distinto grosor que irrumpen en nuestra guarida como querido invitarse. En el sueño encontramos una alfombra muy tupida que se mezcla entre verdes del césped y marrones de la tierra. Una fina capa de humedad casi eterna cubre el tapete que desprende un aroma a hierba mojada tal y como si fuese un desodorante de ambientes. Y por ultimo el silencio, ese silencio que irónicamente acompaña la música. Esa orquesta que compone el crujir de las maderas de los árboles, el piar de las distintas especies de aves, los sonidos de los insectos, el avance del agua río abajo, y todo lo que la imaginación del espectador pueda identificar sin estar presente.

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  7. Transcurría el mes de Enero y me encontraba solo una noche de verano del año 2009 viendo uno de los últimos estrenos del videoclub de mi barrio en la ciudad de Neuquén, Argentina. La película, del director Clint Estwood, narraba los acontecimientos que acompañaban el viaje de autodescubrimiento que había realizado un tal Christopher McCandless hacia un parque nacional en Alaska de los Estados Unidos de América. Era un film acerca de la esencia de la vida, un despertar hacia la espiritualidad, la búsqueda del yo a partir de un desprendimiento de los bienes materiales y la seguridad de una vida rutinaria y programada. Una historia sobre abandonar la comodidad de la existencia en un sistema social, para indagar sobre el verdadero sentido de la vida, aislado, solo en la naturaleza, en lo salvaje.
    Fue durante ese año cuando decidí abandonar la carrera universitaria donde asistía hace 5 años para buscar verdaderamente el rumbo hacia donde quería orientarme de ahí en más. Comenzó a crecer en mi cierta inquietud sobre el futuro, necesitaba una proyección que no podía buscar en el presente. La película me inspiró a volver a mis orígenes, a indagar sobre mi pasado y tratar de ubicar el punto donde había perdido el camino. Decidí emprender un viaje, totalmente solo, con mi mochila, una carpa, comida y algo de dinero, ¿mi destino? Las agrestes montañas que bordeaban el lago Moquehue, en el departamento Aluminé, provincia de Neuquén.
    Fueron 6 noches de convivir solo con mis pensamientos. Pasaba el día caminando por el bosque, sacando muchas fotos, trepando montañas, haciendo fuego para cocinarme o simplemente contemplando el paisaje en silencio. Pero era dentro de mi mente donde en realidad el viaje se consumaba.
    Muchas eran las cuestiones que buscaban respuesta: cómo había programado para mí un futuro buscando estabilidad y buena posición económica, cómo había influenciado en mí el miedo a no poder abastecerme en el mercado y en la sociedad capitalista, cómo había cayado durante tanto tiempo mis inquietudes internas, el arte y la curiosidad intelectual, para intentar construir un pasar sustentado por abundancia en bienes materiales.
    El viaje siguió su curso sin demasiadas desventuras durante esos 7 días. Al regreso me traje de vuelta una pila de fotos que enseñar y alguna que otra anécdota, lo más significativo del evento era muy difícil de explicar con palabras. Y es que en realidad había vuelto sin un nuevo propósito, no había resuelto mi futuro durante el viaje aunque mi presente se había vuelto mas claro. Casi como una revelación entendí que en adelante quería intentar una nueva construcción del futuro sin perder “aquello” que no pude explicar con palabras a mi regreso pero que estaba seguro seguiría siendo parte de mi tranquilidad. 6 noches y 7 días habían transcurrido en aquel paraíso natural mientras en mi interior el tiempo transcurría y lentamente mis perturbaciones se habían aclarando.

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