miércoles, 5 de mayo de 2010

Memorias de lector/a

3 comentarios:

  1. “Instrucciones para leer el mundo”

    Yo tengo una amiga llamada Clara. Clara no tenía un ramo de flores cuando se subió a un colectivo de la línea 168. Lo que sí tenía era un libro a mano, un libro de cuentos que tenía que leer para el colegio. Viajaba leyendo un cuento en particular, que hablaba de una Clara que viajaba sin flores en un 168.
    Yo tenía que leer “Bestiario” para la misma clase que ella, y “Ómnibus” fue el cuento que nos asignaron para analizar a mi grupo de trabajo. Entre muchas de las cosas que le debo a mi colegio, es el presentarme a Julio Cortázar. En torno a las estrambóticas clases de mi profesora Fernanda y a mi pequeña edición amarillenta y deshilachada de 1969, ese primer acercamiento me llevó a cambiar mi forma de leer y de escribir.
    Ese realismo mágico, ese juego en el límite de lo real y lo imaginario, entre lo probable, lo posible y lo extraño, me atraparon una y otra vez desde entonces. Me llevaron y me trajeron de este mundo a otro muy parecido, pero sin embargo muy diferente. Nombres, lugares y conversaciones que podían perfectamente estar ocurriendo a pocas cuadras de donde me encontraba, saltaban de un momento a otro a una realidad con una lógica diferente, en la que las cosas no tienen ni necesitan tanto sentido o explicaciones.
    Si Luc, Liliana, Cora, la muchacha del Dauphine, Mario o Irene podían ser parte de una historia, podían jugar entre esta realidad y la de Cortázar, ¿por qué no todos? Me gustó el juego y me propuse jugarlo, con o sin instrucciones. La consigna sigue simple hasta el día de hoy: encontrar el realismo en lo fantástico y lo fantástico de la realidad (principalmente esto último). Al cuestionar lo que nos parece corriente, podemos descubrir el germen narrativo que posee. Si estos personajes tan verosímiles podían tener relatos aparentemente tan normales y a la vez tan extraños, todos podemos.
    Todos tienen algo para contar: la persona que cruza la calle en dirección opuesta a la propia, el hombre al que hoy le firmé el recibo del correo, la persona que compone los ringtones de los celulares, el contador de una fábrica de cierres de metal, el vecino, el alumno, el profesor, el lector, el cliente, el vendedor, el niño. Detrás de cada puerta hay personajes y acontecimientos que podrían construir un cuento, quizá con ayuda de alguna buena narrativa. Aprendí a medir las vivencias en valor anecdótico y a medir las personas acorde a su potencial literario, rescatando esa cierta característica que todos tienen, que vale la pena resaltar o moldear hacia la formación de un personaje.
    Tras mucho pensar en mis memorias de lector y de escritor, me pareció irrespetuoso no reconocer las influencias de esta perspectiva en mis ocasionales escrituras por placer. A su vez, no se requiere demasiada atención para reconocer la influencia del estilo coloquial y el uso de términos y vocabulario corrientes que disfruto de Cortázar en mis propios esporádicos escritos banales.
    Todo puede ser un poco más divertido si la vida es un juego, y todo puede ser un poco más interesante si la vida es un cuento, si se desprende uno por un segundo de la realidad cotidiana y se plantea lo extraño de cada situación. Lo que para Clara era una vivencia diaria, Cortázar lo utilizó para construir un cuento –analogía o no de lo que se quiera– sobre una situación cotidiana llevada un poquito hacia lo inexplicable.
    Me gusta despertarme en la mañana y proponerme leer la vida desde una mirada extrañada, rescatando lo fantástico en lo usual para capaz, algún día, con más creatividad y paciencia, volcarlo en un cuento propio.

    Andrés Schottlaender

    ResponderEliminar
  2. ¿Prudencia o paranoia?

    Como creyente, no suelo pensar en casualidades y coincidencias. Tiendo a asociar todo suceso con causas de fuerza mayor, por lo que lo azaroso me genera cierta distancia. No obstante, el hecho de que mi último año escolar me requiriera leer la versión original del diatópico (¿o será utópico?) 1984 de Orwell no responde para mi a ninguna providencia divina.
    Como prácticamente toda lectura obligatoria que me amenazó durante mis años escolares, abordé el libro con absoluta displicencia. Pero, a medida que Winston tomaba conciencia de la falta de libertad que implicaba el Gran Hermano, yo descubría las maravillas de la especulación política tramadas en un complejo texto de simbolismos y alusiones a un posible futuro intelectualmente apocalíptico. Era un nuevo mundo para mí. Tras lecturas y relecturas, mi mente se abrió por nuevos horizontes, difíciles de recorrer únicamente con la literatura fantástica que tanto había alimentado mi niñez y mi primera adolescencia. Necesitaba preguntarme por la realidad, repensar convenciones, cuestionar lo que solía aceptar ciegamente. Muchos de mis allegados dirían que desarrolle cierta paranoia, yo prefiero denominarlo como una actitud prudente frente a la información.
    Una vez más tenté al destino o a la suerte: nuevas formas de ver al mundo coincidieron con nuevas amistades, adeptas a la filosofía, a la crítica social y a la discusión de ideas. Y el colmo de los colmos: el colegio terminó poco después, y la universidad parecía el paso siguiente, lo que se traducía en lecturas provocativas: Bauman, Berman, Vattimo. Mi interés se orientó entonces al ambiguo concepto de la posmodernidad, período caracterizado precisamente por variar en su definición según el autor que lo aborde. Encontré aquí un nuevo acierto de Orwell: si quién controla el pasado controla el presente, ¿quién tiene entonces el poder en un mundo en que la historia ya no es unívoca? A mi manera, me estaba rebelando a un posible Gran Hermano, informándome por mis propios medios, seleccionando mis fuentes, tomando posturas en temas comprometidos a partir de mis reflexiones. En mi mente buscaba escapar a ese pensar colectivo, a la pérdida de individualidad y al actuar masivo. Consecuentemente, fue casi natural para mí elegir la comunicación como una vocación, pues no podía negar el poder de los medios en el pensamiento y por ello no podía quedarme fuera de ese mundo.
    Hoy, mis conversaciones con amigos suelen desembocar en intensos debates ideológicos, mis lecturas suelen transitar por lo abstracto (a veces mas de lo que yo quisiera) y no puedo evitar una primera sensación de descreimiento ante todo ¿Será cuestión de tiempo hasta que el Gran Hermano me venga a buscar? No lo sé y evito la pregunta, prefiero seguir llamándome prudente.

    ResponderEliminar
  3. El psicoanalista que marcó mi vida
    Desde que tengo memoria los libros que me rodearon fueron muchos y muy variados, debido a que la profesión de mi mamá es la de docente. Es por esto que siempre tuve al alcance de mi mano textos de diversas procedencias, autores y estilos de escritura. A pesar de la amplia disponibilidad, hasta los 12 años (aproximadamente) no estaba muy interesado por todo lo que tuviera que ver con la lectura, me atenía a los textos escolares y manuales o, eventualmente, a algún libro de poca complejidad.
    Mi recuerdo de lector data de no hace tantos años con la saga de Harry Potter del primero al cuarto ejemplar. Si bien estos libros me gustaron, fue a partir del último que leí que decidí apartarme de este género, el fantástico, dado que me atraían más las historias plausibles de suspenso o terror. Es a partir de esta revelación que tomé contacto con un autor de suspenso psicológico, John Katzenbach, por intermedio de mi madre, quien había leído anteriormente: El psicoanalista. Recomendado por ella pero ante la suposición de que el libro pudiera ser complejo para mi comprensión, encaré su lectura corriendo los riesgos.
    Fue un verano que pasé en Entre Ríos cuando lo leí por las noches en la oscuridad de una pieza vacía con un velador de poca potencia. Esta situación no era extraña para mí, pero sin embargo tenía un tinte especial por tratarse de un género que hasta ese momento me era desconocido. El primer capítulo de dicho libro fue una experiencia reveladora, dado que allí se presenta al protagonista, que es un psicólogo, quien en el día de su 53º cumpleaños recibe una carta donde se lee:
    “Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya. Al principio pensé que debería matarlo para ajustarle las cuentas. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. Acecharlo y matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria. He decidido que prefiero que se suicide".
    Al leer estas frases la sensación que se produjo dentro de mí fue dual. Por un lado petrificación, lo que provocó que tenga que releer el pasaje varias veces, y por el otro un frenesí que no me dejaba cortar la lectura, ¡tenía que seguir leyendo!. La totalidad del libro se sucede de esta manera por lo que la experiencia no fue muy prolongada en el tiempo pero sí de un disfrute magnánimo. Sin embargo, cada noche que me enfrentaba a esa habitación solitaria con el velador y el libro se me despertaba una sensación de incomodidad, una mezcla de ansiedad y miedo, por lo que las lecturas nocturnas se hacían aún más interesantes.
    La finalización del libro me produjo felicidad por un lado, pero tristeza por el otro porque la experiencia había llegado a su fin. El siguiente texto con el que me encontré por elección propia fue del mismo autor: Retrato en sangre y, más tarde, La historia del loco, de los cuales me llevé una mala experiencia por la notable similitud con el primer ejemplar que había llegado a mi poder.
    La elección de este libro para el relato se debe específicamente a que a partir de ese momento comprendí la lectura de un modo mucho más adulto del que estaba acostumbrado. La integré a mi vida cotidiana y pude identificar los géneros con los que me siento más a gusto. El modo de comprensión que necesitaba para la interpretación de El psicoanalista me ayudó en muchas experiencias del día a día y por supuesto con las lecturas subsiguientes.

    ResponderEliminar